
¿No te ha pasado alguna vez que habiendo alcanzado lo que creías era la culminación de alguna tarea u objetivo que requirió mucho esfuerzo este no era tal, sino todo lo contrario, y se convertía en el principio de otro sinuoso camino o ruta intrincada? Ahora es cuando empiezas a recordar que lo experimentaste muchas veces caminando en la sierra buscando alguna remota laguna, catarata o algún pueblo con nombre de difícil recordación. Te ves caminando horas de horas, cuesta arriba, sólo para, en lo que creías era tu último aliento, darte cuenta que apenas empezaba la excursión. Podrías hacer lo que la mayoría hace en estos casos: darte un respiro, evaluar la ruta, admirar el bello paisaje a media altura y retomarla; pero no, tú no, terco por vocación, impaciente irresponsable, tonto obstinado como tu raza, no aprendes. Sigues caminando, confiado en tu desprestigiado instinto, sin detenerte a contemplar esas hermosas partes que sumadas hacen el todo maravilloso que quizá nunca hallarás. A estas alturas interrumpo tu trance casi psicoanalítico para hacerte entender que llegaste a un momento en tu vida en que caíste en la cuenta de que tu mundo está lleno de esos momentos y que, últimamente (luego de tu huida real-mágico-maravillosa), otra vez, estuviste cerca, muy cerca de lo que buscas,
casi lo tocas y lo acaricias, casi estuviste a punto de atraparlo, pero se marchó...